CASO Nº2. Francia, al descubierto
Francia ha acabado por sacar la artillería pesada. En un discurso histórico sobre la laicidad, el presidente Chirac ha hecho un llamamiento en favor de la prohibición de signos religiosos exhibidos de forma ostensible en las escuelas al lanzar una advertencia a los 5 millones de musulmanes del país, la mayor comunidad musulmana de Europa. Tras la ostensible declaración presidencial en defensa de los valores republicanos se agazapa una república asediada, una república a la defensiva en el plano internacional en la cuestión de su “excepción cultural” y asimismo agresiva en su propio territorio en lo concerniente igualmente a la “excepción cultural” a cargo de una pequeña parte de su sociedad.
La campaña en marcha obedece no a las kipás judías ni a las cruces cristianas de regular tamaño, sino a un par de miles de adolescentes musulmanas que llevan el velo islámico en las aulas de la escuela pública. Francia, el país de la moda que posee más nombres y usos para un “foulard” (pañuelo) femenino que cualquier otro, resulta que quiere prohibir el uso del “voile” (velo) en las clases por su connotación religiosa.
Ciertos grupos discrepan. En determinados círculos religiosos se considera que esta prohibición es susceptible de crear fracturas en la sociedad, mientras que para los musulmanes moderados resulta una medida represiva contra la expresión de un hecho cultural; para las mentes más abiertas, se trata de una interferencia que invade el ámbito de la decisión personal y el derecho de la mujer a un signo asimismo de carácter personal. Sea como fuere, la iniciativa del Gobierno francés se propone poner coto a lo que considera influencia amenazadora de los “fundamentalistas islámicos” o “integristas” y bloquear su intento de socavar el sistema laico del país mediante el empleo provocador de símbolos religiosos en los santuarios de la República: las escuelas. Expresa la “tolerancia cero” frente a los no demócratas que intentan aprovecharse al máximo del sistema democrático del país.
Francia, como suele hacer al afrontar un posible problema, liquidará el dilema actual con una nueva ley, arbitrará las medidas administrativas necesarias para su aplicación y dotará de medios a las comisarías de los recursos correspondientes.
Tales iniciativas podrían volverse en contra de sus promotores porque, como ha señalado el periódico “Le Monde”, hará del laicismo algo “gélido, cerrado y a la defensiva”, excluyente de amplias capas de la ciudadanía que el Estado, en realidad, necesita integrar. En última instancia, podría dar popularidad a los elementos extremistas que el Gobierno quiere refrenar y controlar. Lamentablemente, las mismas muchachas obligadas por los hombres a vestir el velo en público serán obligadas por otros hombres a quitárselo en las escuelas públicas. ¡Viva la libertad, la fraternidad y la igualdad... y la laicidad!
Estas cuatro columnas –las fuentes mayores y más valiosas de la democracia francesa– son mejor defendidas y apreciadas por su pueblo cuando se hallan inspiradas por el buen gobierno, no por la coerción.
Por este motivo, Francia –como ha reconocido con cordura el presidente Chirac– debe revocar con urgencia su actitud discriminatoria en el plano social y económico contra millones de musulmanes franceses por ser la manera realmente eficaz de integrarles en un Estado de todos los ciudadanos.
Es evidente que Francia necesita afrontar el problema de la cultura de la desesperación que infecta sus áreas urbanas, encarando el execrable estereotipo de la “banlieue” (suburbio) generada por la decadencia de sus núcleos vecinales y de los cinturones de pobreza que rodean muchas de sus ciudades.
Lamentablemente, el ministro del Interior aspirante a la presidencia, Nicolas Sarkozy, ha desplegado aún más policía para abordar la mencionada problemática de las zonas periféricas, necesitadas de mejores políticas. El resultado ha sido una ligera disminución del delito pero acompañada de una tensión y hostilidad mayores frente al centro de poder.
Esta opción se cobra sus víctimas –sobre todo– entre las mujeres musulmanas. Por ejemplo, los suburbios registran un creciente número de ataques y violaciones perpetrados por jóvenes musulmanes contra adolescentes que no llevan el velo, a las que no consideran como parte integrante de la “comunidad”: son, en consecuencia, un blanco permisible. Despreciables, tanto si llevan el velo como si no...
El rechazo de los musulmanes franceses a ser objeto de rechazo da alas a una nueva “política de la identidad” que se expresa a sí misma, entre otras maneras, vistiendo el velo. Cuando los ciudadanos pierden la confianza o se ven marginados por su propio Estado, buscan otras formas de identidad –religiosas, étnicas, comunitarias– antitéticas a la cultura propia del Estado y la sociedad en que viven.
El problema musulmán en Francia no es necesariamente francés ni específicamente religioso. Se trata también de un fenómeno occidental que surge de la moderna cultura posmoderna colonial europea y que exige la más profunda sensibilidad y atención para y con un pueblo que ya se halla humillado.
Las iniciativas del Gobierno francés influirán en la manera en que sus vecinos se relacionen con decenas de millones de sus propios ciudadanos musulmanes y de otras etnias. Alemania, que posee la segunda comunidad musulmana en tamaño, ya estudia las medidas francesas.
Por este motivo, Francia debe ir más allá de afirmar la singularidad o especificidad del empleo de medidas coercitivas, para afrontar las cuestiones relacionadas con la “política identitaria” promovida por los musulmanes en toda Europa. Francia, como influyente país configurador de la Unión Europea, ha de esforzarse para acabar realmente con todo tipo de marginación y discriminación contra los musulmanes en un continente susceptible de alentar una cultura causante de fractura social. Recuérdese al respecto que Francia fue el primer país europeo que legisló para acabar contra toda forma de discriminación y para conceder a los judíos igualdad absoluta en 1791, antes incluso de que el moderno antisemitismo naciera en Europa.
Después de recorrer y dar conferencias en una veintena de ciudades francesas a lo largo de los dos últimos años, he constatado de primera mano la amargura y marginación que afligen a tantos musulmanes franceses. Pero he presenciado también el grado de sensibilidad, compromiso y energía de la sociedad civil francesa a la hora de afrontar las desigualdades sociales y económicas que provocan aquella situación.
El Gobierno francés actuaría más positivamente concentrando sus esfuerzos en el fortalecimiento de las asociaciones de padres y educadores a fin de afrontar los problemas relacionados con la política identitaria en el caso de una de sus minorías –la población estudiantil y sus familias– en lugar de repartir e imponer instrucciones relativas a la manera de medir símbolos religiosos “ostensibles”.
MARWAN BISHARA: Es profesor de la Universidad Norteamericana de París y autor de “Palestine/Israel: peace or apartheid” (Zed Press)
Traduccción: José María Puig de la Bellacasa